viernes, 30 de julio de 2010

historia de estas que las tiene que seguir otro xD

Sin más, que la historia va así:

Los ojos de María están cansados, han visto muchísima vida, desde la portería del edificio que custodia desde hace muchos años, tantos que quizás ni ella sabe, ya que llegó de muy jovencita y a duras penas sabía leer y escribir.

Las mujeres que poblaban la escalera la miraban por encima del hombro, ella era la portera de la escalera, trabajo que consiguió gracias a una amistad de su madre para la que cosía. Era la forma de encontrar un trabajar, consistía en vigilar y velar por el edificio.

Para María esa era su fortaleza, su trabajo, su vida, defendía su portería como defendía su vida y se defendía de los ataques de las señoronas que paseaban arriba y abajo del edificio. No se amedrentaba ante nada, sabía que no tenía estudios pero no por eso era menos persona, así que jamás inclinaba la cabeza ni se dejaba pisar ante las señoras ricas de esa escalera, su trabajo era velar por su misma.

Quizás la vida no le dió estudios, pero la vida le había enseñado mucho, más que a todas ellas juntas, se había hecho fuerte como un roble, había tenido la vida de otros en sus manos, ayudó a nacer a muchas criaturas, confidente de muchos secretos y pasiones, dicen que guisaba como los ángeles y tenía un ojo clínico para detectar a los demás, a través de muchos años de observar a la gente pasear por la calle.

María no sabría vivir sin entender a los demás, observarlos, ver a qué huelen y qué quieren, y de una forma tan tonta como sorprendente, en esa portería que para ella era como un despacho, conoció al hombre ante el que no pudo resistirse, ante el que su coraza de mujer fuerte cayó al suelo. Fue de sorpresa, como todo en esta vida. Cuántos hombres hechos y derechos habrían pasado por esa portería directos al despacho de abogados del primero, pero ninguno como él, las miradas se cruzaron y no se desviaron.

A partir de ese momento, la vida de María la portera cambió y distinguió muy bien entre la vida en la portería, y su vida personal con Antonio. El hombre que enamoró a María y lo dejó todo para vivir con ella en esa portería que tantas alegrías y disgustos le trajo, ella no podía dejar de observar el mundo, su calle, ni de defender su vida, su portería.


-x-

Antonio lo había dejado todo para vivir con ella, pero en algún lugar de su interior había algún rincón donde María no podía llegar. Ella lo atribuía a una nostalgia, a esa clase de recuerdos de los que nunca podemos llegar a desprendernos del todo. Por momentos, Antonio se quedaba con la vista fija, los ojos semicerrados , y una expresión como de que estaba muy metido dentro suyo.- Hasta que llegó esa propuesta tan inesperada:

- "¿ Cuánto hace que no ves otra cosa mas que este lugar ? ¿ Qué tal si pones alguien que te reemplaze, y nos vamos, aunque sea unos pocos días, al campo, a la casa de mi hermana ?"

María no pudo menos que sorprenderse. Antonio jamas le había hablado de que tuviese una hermana.

- "Bueno, en realidad, sería una media hermana. Pero vamos, que unos días de plena naturaleza te vendrían de maravillas."

Y terminó aceptando, terminó acompañándolo, y así fue como llegaron a esa finca de un aspecto que a María le hizo pensar "ni demasiado rico, ni demasiado pobre".

- "Te vas a llevar muy bien con Encarna. Se llama Encarnación, pero le decimos Encarna", agregó Antonio, como si hiciera falta aclararlo.

Encarna tenía algunos años menos que María, pero parecía que por dentro su edad era incontable. Sus ojos eran mas bien apagados, pero miraba con una extraña fijeza, y con esa rara expresión que a veces tenia Antonio.- Era mujer de pocas palabras, y de voz mas bien baja.-

Antonio parecía muy feliz, muy revitalizado, y al verlo así, María aceptaba una situación que le iba resultando cada vez mas incómoda, aunque en realidad, no tenía verdaderos motivos para sentirse molesta. Cada vez mas, trataba de no quedarse en la casa, de salir a recorrer los alrededores, pero aún así era como si hasta el paisaje tuviera "algo" indefinible.

En una de esas mañanas cerca de una laguna, y al borde de un bosquecillo, tuvo la sensación de que alguien andaba por entre los árboles, pero de pronto no vió mas nada. Era como si la extraña presencia hubiera desaparecido repentinamente. Para su sorpresa, a sus espaldas estaba Encarna. No la había sentido llegar, a pesar de que el pasto hubiera tenido que crujir con sus pasos.

- "El almuerzo ya está listo" -dijo Encarna- "Pero si quiere seguir paseando..."

Y María sintió que su garganta, como si no fuera suya, contestaba:

- "No... no... vamos..."


-x-


Y es que no pudo contestar otra cosa. Se quedó mirando a Encarna... estaba impasible, mirándola fijamente. No tenía el gesto adusto, ni siquiera era una mirada dura, a la que no se pudiera responder de forma distinta. Era algo... María por más que pensaba en ello, no lograba poner en palabras lo que sentía.

Encarna se giró, y emprendió el camino a la casa.

María se quedó un rato mirando como ella se alejaba. De repente, hizo un pequeño gesto con su cabeza, como si despertara de una ensoñación, y la siguió.

No hablaron nada durante el camino. Encarna siempre unos pasos por delante. María siguiéndola.

- ¿Te ayudo a ...?

- No María, siéntate en el comedor. Ya está todo.

- ¿Antonio? – de repente fue consciente de que su marido no estaba.

- Ha tenido que salir. Vendrá a la noche.

- No me ha dicho nada...

- Me lo ha dicho a mí.

La rotundidad de la afirmación de Encarna, dio por terminada la conversación. María no entendía como Antonio se había ido por todo el día, sin decirle nada. No sabía por qué, pero esto le estaba produciendo un ligera ansiedad. Su corazón sin apenas darse cuenta, había empezado a latir más rápido. Se llevó las manos al pecho, como si con este gesto pudiera conseguir que se tranquilizara... su respiración se fue agitando... miró a la cocina, veía por la puerta entreabierta como Encarna trajinaba para acabar de preparar la comida... una de las veces que pasó por la puerta, Encarna se la quedó mirando... sonreía... ¿Se estaba burlando de ella?...

María se levantó de un salto. No pudo quedarse sentada por más tiempo... apenas le llegaba el aire a los pulmones...

- Ya está todo.

Encarna estaba delante de ella con una fuente de ensalada.

- ¿Estás bien?

Sin pararse apenas al hacer la pregunta, se fue hacia la mesa. Dejó la fuente, y volvió a la cocina. Vino con otra fuente esta vez de carne asada con su guarnición. Al pasar otra vez por delante de María hizo como si no estuviera. María la seguía con sus ojos... tenía la boca abierta... por más que intentaba hacer uso de esa capacidad que había desarrollado durante tantos años en la portería, no podía traspasar, no podía saber ni las intenciones de Encarna, ni por qué la ponía tan nerviosa.

- ¿Vienes?

Otra vez en apenas unos minutos, volvió a hacer ese gesto típico de volver de una abstracción.

- Sí gracias. Huele muy bien.

- Es una receta de mi suegra. Era una gran cocinera.

- ¿Murió?

- ¿La madre de Antonio?

María que estaba poniéndose la servilleta sobre las rodillas, se quedó paralizada. Pero reaccionó en apenas unos segundos.

- ¿Por qué has llamado a la madre de Antonio, suegra?

Esta vez fue Encarna la que se la quedó mirando.

- Querida, porque Antonio es mi marido.

Todo le empezó a dar vueltas. La habitación se movía alrededor de ella. Escuchaba en la lejanía la risa estertórea de Encarna, aunque la veía ahí, apenas a un par de metros. Cerró los ojos... y no fue consciente de cómo caía de la silla, y chocaba con el suelo... como a cámara lenta.

-x-

Tic toc tic toc

Una, dos, tres.

María volvió a la realidad de una manera ceremoniosa, casi ritual. Primero despegó los labios un instante y tragó saliva. Con esto el cuerpo comenzó a reaccionar, movido por el hilillio de la vida que mantiene todo el vestido vital en su sitio, un ligero movimiento del cuello primero, un ojo después, un dedo. La naturaleza seguía su musical curso, una canción interpretada de una manera distinta, una melodía que se escapaba apestando a carne, a sangre, a sudor, a vida.

Pero no. Había algo que no estaba en su sitio. Había algo que desentonaba entre las notas, y si bien el cerebro todavía no había recompuesto la situación, el puro instinto animal, ese director de orquesta viejo y ajado detuvo a sus músicos. En seco. Y se obligó a pensar. Clavó los ojos en un lado de la cama. Sí estaba en una cama. Clavó los ojos en el otro lado. Sí, podía cerrar con fuerza los puños. Miró a la puerta. Abierta, no más que el ancho del lomo de un libro. Oscuro más allá. Nadie en la habitación. Tic toc tic toc. Había que pensar. Pero no ahí.

Respiró profundamente y una absurda sinceridad nacida de una honda desazón la embargó. Ya lo había dicho Malraux, vivimos entre hombres que padecen la obsesión de la sinceridad porque piensan que es lo contrario de la mentira.
Y allí tumbada, perfecta, inerte, como una flor muerta, notó su cerebro separarse de la realidad, de la razón y aturullarse en una suerte de remolino de espuma q rompía contra el acantilado de sus convicciones. Y allí mismo se sonrió por lo absurdo de todo. Al fin y al cabo su mayor problema era ese, la incompatibilidad de la realidad con el deber ser. Y ni siquiera sabía si había escuchado bien a aquella mujer inquietante. Y se sonrió por ser tan mojigata.

Hasta que la vio en el dintel de la puerta. Con los ojos clavados en algún lugar de la habitación. Como un chiquillo tirando del hilo recorrió el camino imaginario que delimitaba su mirada y llegó a la cómoda. Sólo acertó a decir una cosa

- Joder…"


y el guante se lo lanzo a ....... sainz!!!

molaaaaaaaaaaaaaaaaaa
Publicado por CANALLA en 21:23 |  

5 comentarios:

Suscribirse a: Enviar comentarios (Atom)